Está de moda escandalizarnos por la decisión que las personas toman para acabar con su vida cuando el hecho de nacer es de las poquísimas decisiones que no podemos tomar. Han sido bastantes personas cercanas, en mi caso, que decidieron voluntariamente no continuar con el día a día, que llegó un momento en el que decidieron bajarse de este mundo porque no les aportaba nada que mereciera la pena y estaban hartas y cansadas del sinsentido.
Se oyen muchas voces estos días lamentando la falta de atención que tenemos con seres depresivos que “lanzan señales” reclamando ayuda. En los caso cercanos a los que me refería antes, dudo que nadie pudiera ser consuelo de sus cuitas y más importante, panacea de sus males. En un momento puntual quizás pude detener el acto, no lo dudo, pero sería algo efímero porque se necesitan muchos argumentos para tener querencia a la vida cuando realmente esta no te merece la pena: ¿Vivir por vivir? No, gracias. Somos seres demasiado racionales como para justificar el sufrimiento. Es bastante habitual evadirse a base de alcohol y drogas de la cruda realidad. Presumir de fumar marihuana a diario porque sienta de puta madre ya hemos visto que no alarga las ganas de vivir. Te puede alterar la triste realidad con una euforia que dura lo que dura cualquier sueño pero cuando despiertas te vuelves a encontrar vacía y solo deseas dormir para siempre. Mi hermano decía que no hay que hablar de los muertos, que había que dejarlos en paz. Algunas personas se aferran a la vida con tal fuerza que parece inmoral, otras sobrellevan el día a día con la resignación de los designios divinos y las menos, tienen la determinación de decidir hasta dónde quieren llegar.
Vivir es para valientes que saben luchar, para temerarios que siempre piensan que lo mejor está por llegar, para débiles que temen el final, para románticos que no escarmientan y para sensatos a los que siempre les salen las cuentas. Dejemos a los muertos en paz, dejemos decidir a los que no quieren seguir, respetemos.
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Mil besos