Y es que nada más asomar octubre la siempre voluble felicidad atraviesa el umbral de mi casa y de mi vida. No falla; llego fatigada en todos los sentidos a este último trimestre pero aprendí en los últimos años que esta época de días acortándose, hojas caídas y suaves temperaturas lo recompone todo y siempre llego a ella confiada. Creo que la vida también se compone de las mismas estaciones que el año y empiezo a ser consciente de vivir ya mi otoño pero lejos de preocuparme, por muchos de esos achaques que vayan llegando, asumo con orgullo los cambios que se avecinan porque sé lo fuerte que soy y si el paso del tiempo no me tumbó en el pasado, tampoco lo hará en el futuro porque llego entrenada. No me preocuparon las canas, ni les presenté batalla, al igual que a esas arrugas anidando ya en mi rostro y que se asemejan más a cicatrices de emociones superadas que a afrentas denostadas.
Quiero gestionar con inteligencia mi otoño para vivir con entereza mi invierno, hacer acopio de buenos seres y todos los enseres necesarios para llenar la despensa y nunca ser carga de nadie. Quizás es el momento, en este mi otoño, de alargar las recolectas de nueces, membrillos o níscalos porque cada año repite inexorablemente sus estaciones pero la vida (afortunadamente) no: estación que pasa, estación que se queda atrás porque vivir es como un viaje en tren donde nunca se regresa una vez alcanzada la última estación. Emotivo fin de semana, emotiva estación.
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Mil besos.