Ando agotada. Los párpados parecen gruesas cortinas de plomo que saben del descanso que necesito pero, no quiero irme a la cama sin agradecer lo afortunada que soy. Tocaba finde familiar. Siempre había pensado que con el transcurrir de los años iría perdiendo fuerza el “sentimiento de familia” y nada más lejos de la realidad. Compartir con mi hermano la salida del sol mientras desayunábamos en la terraza con una mijilla de agradable frío antes de ir a recolectar la hortaliza para la conserva ha sido una experiencia única. Esta vez se han dado circunstancias bien distintas a los años anteriores y los dos hemos tenido que empezar a hacer cosas que antes nos encontrábamos hechas por obra y gracia de nuestra madre. Los dos somos conscientes que cada fin de semana que pasamos con ella puede ser el último y aunque cada día se la ve un poco más desorientada intentamos sacarle toda la sabiduría que lleva consigo y que anteriormente no hemos valorado. Da vida verla perseguirnos, apoyada en su bastón, mientras trabajamos en la cocina bajo su atenta mirada y dirección. Ahora me corren las prisas por sacarle más, por conocerla, por escuchar sus verdades antes de que pierda la memoria de una vez y lamento no haberme pegado más a sus faldas. Imagino que todas las clases de amor derivan del amor materno por su entrega y fidelidad aunque ningún otro se le acerque ni de lejos. Qué satisfactorio es poder dar sin esperar nada a cambio, vaciarse y entregarlo todo sabiendo que no hay mejor destino. La intuición y el proceder de una madre determinan siempre la base del individuo que podemos llegar a ser y de ahí, de lo que daremos a los demás.
Ella nos ha unido a los cuatro alrededor de unos fogones donde cocinar con una copa de buen vino en la mano, mientras compartíamos confidencias, nos ha hecho un poco mejores y mucho más felices.
Vivimos nuestro particular otoño, disfrutando de esa lentitud que en esta estación tiene el sol, perezoso amaneciendo y zalamero en el atardecer para que no le dejemos escapar mientras ilumina nuestras vidas de una maravillosa luz que nos descubre los colores más bellos y los sentimientos más valiosos.
Gracias.
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Mil besos
Virginia Woolf