Ayer cuando rozábamos los 40º me
encontré un pajarillo muy muy chico en la acera. No lo pisé de milagro. Estuve
unos segundos pensando en recogerlo o no, pero finalmente me dio lástima y decidí
cogerlo para ponerlo en un lugar más seguro pues en la acera poco iba a durar
con el calor y con los gatos que suele haber. Suerte que estos, estaban echando
la siesta porque el calimero estaba de ternico que ni un pionono. En los
doscientos metros que me quedaban para llegar a casa opté por adoptarlo pues la otra opción
que era echarlo en un jardín no me daba muchas garantías. Y es tremendo como
algo tan pequeñito te atrapa. Desde que me independicé jamás he tenido un
animal en casa.
Sentía latir su corazón entre mi puño mientras subía en el
ascensor y cuando giré las llaves en la cerradura empezó a piar y abrir la
boca. No sé, quizás el timbre de piar de su madre se asemeja al roce de las
llaves. No apostaba yo un duro por su supervivencia, pensé que en horas
perecería y le di agua con la yema de mi dedo y pan mojado, bolitas. Pasó la
noche en una bolsa de papel y al volver de trabajar hoy (volví a hacer la
apuesta mental) le oí piar (suena como cuando pisas un patito de goma, pero más
flojo). Y ahí seguía el tío, canijo y reclamando comida. Va a salir adelante,
se le nota. Ya me pertenece desde hace veinticuatro horas y le he trasladado a
un apartamento con vistas.
Lo he bautizado como Calimero pero debería llamarse
Cagón. O tragón. Estoy feliz.
Comentarios
Mil besos
Besos mil.