Esta semana la holgazanería se ha
adueñado de mí. Había cogido el hábito de escribir de una manera contínua y no
fija en el blog pero casi iba a dejarlo, incluso a cerrarlo. Por primera vez no
tengo nada que decir, nada en qué cagarme, nadie aprieta mi tuerca. Hago tiempo
mientras acaba una lavadora aquí, sin nada que decir; ya me leí la prensa esta
mañana antes de levantarme, contesté los emails importantes, preparé la maleta
y no queda nada pendiente. Hacía tiempo que no me leía un par de libros en
cuatro días, que abría una botella de vino y no caía en dos noches, que no
estiraba mi brazo en el lecho…que no echaba en falta nada. Me sobraba hasta el
blog. Ya veré que hago con él. Ahora, a esperar que pasen unos pocos minutos ya, para dejarme caer junto al mar. En
el maletero llevo la leña podada de hace un par de años y espero que llueva
todo el fin de semana. Necesito lluvia, tormenta, el frescor húmedo del oleaje.
Vencer el apego me provoca una
dulce tristeza, una amarga alegría porque, cuando las cosas que parecían iban a
durar eternamente se desvanecen con el tiempo (y hablo de todas las cosas, de
todos los sentimientos, de todos los tiempos), pareciera que soy desleal. Y no
debe ser, pues no siento culpa, sólo lástima por quienes me perdieron.
Comentarios
No hay que sentirla, no hay que dejar que nos impida vivir y no hay -de ninguna manera- que sentirse desleal por seguir con nuestros días una vez que el pasado deja de frenarnos.
En resumen: Todo lo que dices bien menos la posibilidad de dejar el blog
jajajajajajaja