Hoy, mientras me duchaba,
descubrí un arañazo profundo en la pierna de esos que sangran. No sé ni cómo ni
cuándo. Creo que ya no siento el dolor, ningún dolor; mis pulsos no se alteran.
Ni recuerdo ni perdono, como si todo lo que me rodea ya hubiera dejado de
pertenecerme por su indiferencia, y mis manos no tuviesen la fuerza suficiente
para sostener unos sueños que se olvidan con la misma facilidad con la que se
inventan las promesas. Vuelvo a rozar la áspera herida y comprendo que, aun
siendo muy real, pertenece al dolor de otro ser que me añora y es incapaz de
suplir el sufrimiento con la paz que regala la realidad.
Comentarios
Qué bello!
Creo que el dolor siempre está allí, pero ya no lo sentimos porque nos hemos armado una coraza muy fuerte para que no penetre nada. A veces es necesario sentir ese dolor y dar paso al cambio.
Un beso, meli!