Ya estoy con los dos pies en el
nuevo año. Probablemente más de lo mismo
o peor porque lo que me rodea no mejora, así que tendré que mejorar yo si
quiero entrar en una fase de mi vida más gratificante. Tengo la sensación de
haberme pasado la vida, desde que nací, recomponiéndome, curando heridas,
ajustando sentimientos, arreglando el proyecto de mujer rota que soy. Quizás
nacemos siendo un puzzle sin modelo y por ello nos parecemos tanto los humanos.
Giramos las piezas, forzamos su encaje inútilmente hasta comprender que hemos
destrozado una pieza única por un error infantil que cualquier observador ajeno
vislumbra antes de acabar de depositarla. Lo que no deja de sorprenderme es
este optimismo terco que siempre me acompaña cuando me doy de bruces con un
nuevo problema. Es como si estuviera continuamente achicando agua de una barca
que se hunde y cuando ya tiro el último cubo, bajo la vista y de nuevo el agua
me llega a las rodillas. Y no pasa nada, vuelta a empezar. Pero no, hoy estoy
cansada. Mi pelo totalmente gris me avisa de que el tiempo se me acaba y tengo
que renunciar a sueños imposibles, a distinguir y valorar cada pieza, aunque
sean menos, aunque sólo sean dos o tres. ¿Qué importa?
Creo que voy a asumir vivir
siempre con el agua por las rodillas, al fin y al cabo, es una situación que no
varía por mucho empeño que ponga y a mi alrededor me harto de ver gente con el agua al cuello. Ahorraré
esfuerzos y empezaré a usar mi autonomía emocional sin intentar poner mis
piezas en puzzles ajenos. Voy a mejorar para mí y así, no empeoraré nada de lo
que me rodea.
Comentarios
Mil besos