Llegó el momento de empezar a
ajustar cuentas con las decisiones tomadas. Estoy reventada de preparar trastos
para la mudanza, llevo ocho horas sin parar, enganchada a las cajas y al
teléfono. Estoy muerta de sueño y me parece que esta noche poco voy a dormir. De
las tres malas decisiones del año que acaba, el traslado laboral no es la peor
pero sí la más agotadora por tanto cambio que implica. Menos mal que tengo diez
días de vacaciones para organizarlo todo y tener unos cuantos de ellos para
descansar y coger fuerzas para el nuevo puesto. Creo que aún no soy consciente
de que me marcho de Granada para siempre y por ello sólo le veo el lado
positivo, principalmente en lo que al clima se refiere, pues no he podido
acostumbrarme a vivir cinco meses y medio de verano y otros cinco meses y medio
de invierno. Catorce años aquí han sido demasiados. Añoraba el mar y esa
tranquilidad de vivir en un puerto al que solo le tapaba el horizonte unos
barquitos que casi nunca veías zarpar. Altea me espera y allí me jubilaré.
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