Hacía tiempo que no tenía una
semana tan mala, tan estresante. Y es que el final del año va cogiendo una
velocidad de vértigo en la que todo el mundo me parece de mal humor o crispado.
Creo que en este año que se acaba he tomado tres malas decisiones: una laboral, una sentimental y una familiar. Ninguna parece tener arreglo
y, no es que se vaya a acabar el mundo, pero de haber elegido bien es probable
que al menos me esperaran un par de años de calma y sosiego como mínimo.
Como
nunca me gusta arrepentirme de nada de lo que he podido evitar y no he evitado
conscientemente, me lo tomaré como un reto: sobrevivir con más quebraderos de
cabeza. El año sigue imparable cuesta abajo hacia su fín y mi estado natural ha
pasado definitivamente a ser el de una melancólica cabreada.
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