Recuerdo en la era de mis abuelos
al perro siempre royendo algún hueso bajo la mimbre. Allí estaba, algunas
épocas había uno famélico, otras, uno rollizo pero siempre se llamaba igual,
Canelo. El caso es que al pobre cada
verano lo entretenían, a falta de tareas de vigilancia y de variados menús
caninos, con el hueso de turno; chupado, brillante y sin rastro de proteína que
echarse a la dieta. Este verano también nos tienen a todos entretenidos con
huesos, los huesos del caudillo del siglo pasado. No hay prioridades ni
urgencias. La alcancía está repleta y va a dar para año y medio. Había que
buscar un tema para hacer tiempo y no
hallaron otro más recurrente. Ya tengo ganas de que saquen los huesos y se
acabe la coartada de una vez por todas. No bastaba con rascar la herida de
nuevo y hacer brotar la sangre para limpiarla; amputar el miembro
afortunadamente va a servir de una vez por todas para desmemoriar las razones.
Realmente no entiendo el culto y
respeto a los huesos. Todo lo material, lo físico que rodea al ser humano lo percibo
como una carga que lo convierte en un ser voluble, débil y propenso a caer en
los más bajos instintos y tentaciones. El origen de todos los males. Entiendo
la esencia del “ser” como esa alma condenada a habitar espacios terrenales para poder transitar hasta la vida eterna y
por eso le doy nula importancia a un cuerpo que no deja de ser una cárcel. La
dualidad cuerpo-alma no debería concebirse de otra manera diferente que a la del capullo-larva que significa la metamorfosis de
la crisálida hasta que libera la hermosa mariposa. Esta cuando vuela, olvida
olvidado el capullo. No nos aferremos a lo intranscendente, no dejemos que
anulen nuestra alma sobrevalorando un cuerpo que, en el fondo, es lo que nos
hace semejantes a los demás. El alma es única y diferente por ello, el resto,
es polvo que se retroalimenta por los
siglos de los siglos.
Comentarios
Ponga un canelo en su vida...
Salud
N