El septiembre pasado acabé tan
quemada y cansada que temía tomar otra vez decisiones equivocadas para estas
vacaciones. Creo que fue el mes más desaprovechado en todos los sentidos de
cuantos he vivido hasta ahora. Se supone que durante ese mes hay que recargar
las pilas, descansar, desconectar y disfrutar. Nada más lejos de la realidad vivida.
Este año va a ser distinto. Ya me falta poco para
iniciarlas y hoy mientras regresaba de comprar me ha invadido una alegre
tristeza haciendo planes. Y es que no hay planes, porque van a ser unas
vacaciones como las de antes, de esas que hace casi treinta años que no tengo.
No hay planes pero se que los días estarán llenos de tempranos despertares y paseos al atardecer por el cortijo, sin
siestas, tardes bucólicas de rebecas vespertinas bajo las mimbres y noches
iluminadas de candil. Renuncio a playas inhabitables, ciudades colmadas de
turistas, carreteras repletas de asfalto y metal, noches de copas y humos y
móvil en la mano.
Volver a disfrutar de dos meses
de vacaciones como cuando era una colegiala no tiene precio. Invertir en tiempo
es la mejor decisión que he tomado en mi vida. No me hables de viajar ni de conocer.
Estoy hastiada. Sólo una semana de excepción, un curso de verano en una famosa
universidad al que no puedo renunciar. Y ya se acercan esas vacaciones retro.
Bajo el parral quizás vuelva a escribir, mientras la hiedra me invite a
seguirla.
P.D: Estoy en ese nuevo estado de
alegre tristeza que no conocía. Y es bello. Me llena de paz. Y no echo nada de
menos. Ni de más.
Comentarios