Disfruto de un par de días en la casa familiar
mientras preparo una semana santa gastronómica para los demás y la maleta
continúa vacía. Hace más de 20 años que no tenía toda la semana de vacaciones.
Mi madre lleva regular que me vaya y por eso no para de inventar cosas para que
yo las haga, como si esperara que me cansase y decidiera quedarme ; la casa
esta tarde huele a horno pastelero: anís, azúcar, ajonjolí, corteza de limón,
canela y vainilla. Cada año se preparan los mismos platos y los mismos dulces y
sin embargo cada año somos distintos. Ya pesan más las pérdidas de los de
siempre porque las ausencias de los nuevos cada vez son más frecuentes y nos
estamos acostumbrando a esa incertidumbre que al final te llena la nevera de
tuppers. Cuando digo los de siempre me refiero exclusivamente a mis padres y
hermanos. La familia es dinámica con los años. Algunos de los nuevos miembros
han desaparecido. Tres Viernes Santo nos duró la última pareja de mi sobrina y
sin embargo también él se ganó su plato.
Estoy a gusto. Disfrutando la casa
para mí sola, bebiendo mientras cocino,
escuchando la radio de fondo, limpiándome las manos en el delantal, fumando a
escondidas en la cocina de fuera... Y sigo observando de reojo la maleta vacía.
La llenaré un rato antes de irme. Así parece que me quedo.
Comentarios
Carmen, el lugar y el tiempo siempre en mí. Gracias.