Hoy no iba a escribir, tan sólo
hago tiempo hasta la cita. Escribí ayer y no publiqué porque me pareció el post
más triste del mundo y no había motivo. No sé si es la percepción en momentos
desganados la que me hace sentir que entre mi yo que tira palante, y la rendición,
sólo les separa un milímetro. Ni guardé.
Era un post con demasiadas ecuaciones e incógnitas. Soy de ciencias , muy de ciencias desde
chica (aprendí antes a multiplicar que a
escribir) y a la vez una apasionada de
las letras. Siempre asemejé las formulas matemáticas a los refranes castizos, tan
exactos e inequívocos. De ayer, de lo
escrito, sólo recuerdo cómo intentaba hallar el área que ocupa mi vida en este
mundo. Y me lié. Me lié porque la batalla acabó en tregua hasta nueva
disertación sobre las fuerzas que marcan mi existencia: por un lado, la fuerza
centrífuga que me lleva a explorar y también a rechazar todo lo que tiende a
atarme, por otro, una fuerza centrípeta que me reclama con cariño para mecerme
no sé dónde. Ninguna vence; giro, orbito, salto, caigo y a penas disminuyo la distancia que
del centro, del quid de la cuestión vital me separa. Mi vida es una bola a la que le
faltan lados, como a cualquier circunferencia o cientos de circunferencias y en
la cual no hallo ni una esquinita donde refugiarme.
Y, a propósito del día mundial de la felicidad que es hoy,
proclamar que la felicidad es ese momento en el que no deseas estar en otro
sitio ni con otra persona.
Comentarios
Carmen, hay muchos momentos, más de los que creemos.
Nieves, te aseguro que en un milímetro caben todos los puntos de inflexión.