Alturas infantiles




Nada como un kit kat para soportar la recta final del año aunque este año haya disfrutado de un pre-puente en vez del acuedúcto. Creo que he salido ganando evitando las aglomeraciones ya que hoy los coches en vez de ir a mi lado en caravana me los veía al otro lado de la mediana de frente.
Ya tenía ganas de atizar fuego, de retomar los ratos perdidos de lectura en los que afortunadamente aún prescindo de lentes sabiendo elegir las letras adecuadas. Recordaba las horas que de chica pasaba junto a mi abuelo frente a la lumbre del cortijo asando “papas” y alguna que otra chicharra. Tiznarme las manos con esa piel negra, tostada y dura de la que salía limpia la patata en dos mitades era un gustazo aunque estas  y uñas, quedaran negras. Luego tocaba agarrar el cacharro con agua que había junto al fuego para lavarse en un lavabo portátil ya que no disponían de agua corriente. Mis padres solían enviarme en vacaciones tanto en Navidad como en verano  para que no hiciera trastadas urbanas y hasta la llegada de otros familiares que se apuntaban a los días grandes yo campaba a mis anchas por esa casa tan grande husmeando por cada rincón y armario donde siempre hallaba las mismas revistas, libros y ropas de no se quién. Sólo tenía en tantas hectáreas de campo dos lugares vetados: el pozo y el sifón de la acequia que inteligentemente respetaba. Lo que no respetaba era el secadero que gracias a unas cuñas de madera a modo de minipeldaños me permitían subir a todo lo alto desde donde oteaba los cuatro horizontes.


Esta afición por las alturas la he mantenido siempre; yo nunca necesitaba compañía para jugar y una de las cosas que más me atraían cuando fuí creciedo era meterme sola en las obras de pisos que antes no vallaban y por las escaleras de la grúa subir a los tejados por la noche. Aún sigo buscando una razón para esa “querencia”. Estas aventuras una vez acabaron con un clavo y una tabla atravesando mis chanclas,¡qué dolor! Y encima la inyección  del tétano. Aún ahora, sigo buscando sitios altos, sin premeditar, he acabado siempre viviendo en áticos o última planta. Quizás es que me veo demasiado cerca del infierno, quién sabe, y huyo como también lo hago, de todo lo que no me conviene.
Ahora me asaltan todas esas cosas de antes a la cabeza, vivencias  que he pasado años sin recordar y que sin embargo ahí están. Seguramente a partir de ahora reaparecerán desde el olvido muchas vivencias que me aclararán el porqué de las cosas y espero reconstruir o construir la mejor parte de mi vida que sé, me queda por vivir.

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