La palabra pasión, en su origen "padecer", se convierte a menudo en vara de medir la intensidad de los sentimientos y nos expone a juicios frecuentemente injustos. ¿Se es más forofo por subirte por las paredes cuando marca tu equipo? ¿disfrutas más cuando gimes locamente haciendo el amor? ¿tienes más personalidad cuando le tiras al camarero un plato indecente a la cara? ¿quieres más cuándo no eres capaz de decir lo que no te gusta?.
Nunca presumí de ser una persona muy apasionada; el reflejo de mi falta de pasión intuyo que promociona mi frialdad hasta tal punto que me la he llegado a creer. Puede que se acentúe con la edad y tantas idas y venidas hayan desgastado tanto este camino de la vida que me he visto enclaustrada en un laberinto sin salida perforado en mi propia alma.
Hace veinte años,cuando las pasiones aún me dominaban, fuí capaz de jugármela al colarme en una sala del aeropuerto de Barcelona a despedir a alquien que no quería verme y aún sigo reconociendo que fueron los momentos de amor más importantes de mi vida (memorable también la cara de los viajeros al intercambiar las camisetas que llevábamos puestas). Hoy no me atrevería a repetirlo, básicamente por temor a ser rechazada; cada nueva apuesta nos debilita y poco a poco te vas dando cuenta que reflejas inseguridad y miedo pues aunque el caparazón sea cada vez más duro el interior se debilita por falta de ejercicio.
Será cosa de cuna, como limpiar el cuchillo en la miga de pan. Serán cosas de carácter la impasibilidad ante una media uva de la que no se habría salido indemne. Sería quizás mas querible si hubiera arrojado las almejas y haberme bebido el aceite.
Será seguramente, que los reflejos no existen cuando no hay luz.
"Qué dura es la vida de aquel que pide amor y recibe pasión"
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