Nos pasamos la vida
protegiéndonos, atrincherándonos para evitar cualquier daño que nos pueda
alcanzar y nunca llega ese momento en el que podamos declararnos completamente
seguros, a salvo. Bien es cierto, que con frecuencia podemos presumir de una
pizca de bienestar que nos hace fuertes y momentáneamente satisfechos.
Desde pequeños nos han plantado
como meta la llamada felicidad y, esa carrera por alcanzarla, convierte nuestra
vida en una tortura contínua. Aún sin poseerla, aunque ésta a veces
juguetee con nosotros y nos roce
levemente hasta elevarnos en el más puro de los éxtasis, nos golpea con total
crueldad en el momento que se aleja
dejándonos con la miel en los labios. La felicidad es casquivana. Carece
de principios; voluble y efímera como la llama de un fósforo que irrumpe con
fuerza, desvaneciéndose enseguida, sin aportarnos el calorcillo necesario cuando
tenemos las manos heladas y a estas no les queda más remedio que esconderse en
los bolsillos.
Yo ya no busco ni persigo la
felicidad porque me agota, porque cada
vez que, ilusa, he creído tenerla y perderla, me ha machacado hasta el tuétano y
me ha costado tanto volverme a levantar
que no permitiré que vuelva a
maltratarme. La felicidad se ha burlado de mí, se ha reído en mi cara. Es
infiel. Y le voy a pagar con la misma moneda.
Ya no voy de un lado a otro, de
unos brazos a otros buscándola. Ahora voy de aquí para allá, de tus brazos a
los suyos, a otros, huyendo de la
infelicidad porque eso es lo único que
gano cuando te tengo tan cerca
sin tenerte. Y ese recuerdo, es la tortuosa felicidad que habita en la punta de
la espada de Damócles que no deja de mirarme amenazante.
Comentarios
La infeliz vocacional.
Bienvenida
Me encantó tu manera de decirlo...
Un abrazo de los míos.
Mil besos
Lo que es difícil y dura poca es esa felicidad en mayúsculas. Quien vive esperándola se olvida de lo simple y diario.
...o más
jajajajaja